
Por: José Antonio Samamé Saavedra
La situación está así, señorita Any. En reuniones prolongadas, le mencioné al señor presidente de los problemas que podrían suceder; pero no me escuchó. Le sugerí que no debía coludirse con otras fuerzas de gobierno, pero lo hizo. Le dije que el dinero muchas veces entorpece el diálogo y el mensaje; pero finalmente él cambiaba de discurso para congraciarse con ellos. Aquello hacía sentirme confundido conmigo y también con la misma causa del cambio, que alguna vez nos hizo andar por el mismo camino.
El aún cree que sus nuevos aliados sacarán cara por él, pero cayó en aquel falso cumplido del arte de gobernar. En efecto, pensó que eran ovejas del mismo rebaño. Las horas del señor presidente están contadas; y él aún piensa que su homónimo del país tropical le facilitará el salvoconducto; pero, por el contrario, sólo terminará hundiéndolo más. Los sobornos recibidos, provenientes de trata de niños y aquel secreto más aberrante, saldrán a la luz pública dentro de poco.
También como les dije a su séquito omnipotente y opresor, serán condenados por los actos de corrupción en Latinoamérica y, peor aún, serán extraditados por crímenes de lesa humanidad. Y usted, señorita Any, tampoco se salvará, ni siquiera por el hecho de vestir un cándido y puro atuendo; ni tu propio dios te salvará, pues aquel es falso. Al que tanto adorabas y el que te protegía para cometer barbaridades en tu perversa ambición por lo material.