
-¿Existe una literatura latinoamericana?
-No me hagas reír. No existe ni siquiera una literatura brasileña, con semejanzas de estructura, estilo, caracterización, o lo que sea. Existen personas escribiendo en el mismo idioma, en portugués, que ya es mucho. Yo no tengo nada que ver con Guimaraes Rosa, escribo sobre personas apiñadas en las ciudades mientras los tecnócratas afilan el alambre con púas. Pasamos años y años preocupados por lo que algunos cientificistas cretinos ingleses o alemanes (¿Humboldt?) dijeron sobre la imposibilidad de crear una civilización por debajo del ecuador y decidimos arremangarnos, acabar con las charlas de cantina y, partiendo de nuestros bares de acrílico, hacer una civilización como ellos querían, y construimos Sao Paulo, Santo André, Sao Bernardo y Sao Caetano, nuestras Mancheres tropicales con sus cimientos mortíferos. Hasta ayer el símbolo de la Federación de las Industrias del Estado de Sao Paolo era tres chimeneas soltando al aire espesos remolinos negros de humo. Estamos matando a todos los bichos, ni el tatú aguanta, ya se extinguieron varias razas, cada día es derribado un millón de árboles, muy pronto todos los jaguatiricas serán tapetes de baño, los cocodrilos del pantanal se convertirán en bolsas y se comerá antílope en los restaurantes típicos, aquellos a los que un tipo va, pide capibara a la Thermidor, prueba un pedacito, sólo para contárselo después a sus amigos y desperdicia el resto. Ya no es posible un Dadorim.
-Pero existe o no una literatura latinoamericana?
-Sólo si estuviera en la cabeza del Knopf.
-¿Qué quiere usted decir con es de escribir su libro? ¿Es este el consejo que da a los más jóvenes?
-No estoy dando consejos. Incluso porque el sujeto puede intentar escribir la Comedia humana, aplicando a su ficción las leyes de la naturaleza o La metamorfosis, rompiendo esas mismas leyes, pero tarde o temprano acabará escribiendo su libro, el de él. Tarde o temprano acabará ensuciándose las manos también, si persiste.
-Última pregunta, ¿le gusta escribir?
-No. A ningún escritor le gusta realmente escribir. Me gusta amar y beber vino: a mi edad no debería perder tiempo con otras cosas, pero no consigo dejar de escribir. Es una enfermedad.
Fragmento del cuento “Intestino grueso”, de Rubem Fonseca.