Por: Andrea Ivette Castillo Pacheco
Haruki Murakami
(…) Jamás había escuchado una música tan sorprendente, así que me volví un fanático del Jazz y más tarde un escritor al que el Jazz le enseño todo.
La grandeza de la música es espiritual, algo que solamente escuchamos pero no vemos. Y la música es precisamente ese arte que hace soportable la existencia humana.
Jean Paul Sartre fue un ferviente admirador del jazz. Consideraba que este arte era una de las curas para ese mal que algunos llaman vida. El filósofo parisino encontró sosiego a través de los sonidos jazzísticos improvisados que le inspiraron libertad. Incluso conoció a dos de los más grandes jazzistas: Miles Davis y Charlie Parker. Y este gusto predilecto está claramente reflejado a través de sus personajes literarios, un evidente ejemplo es Antoine Roquentin, protagonista de La Náusea, personaje que encontró por medio del jazz una salida a su vacío existencial. Curó su nausea al escuchar: “Some of These Days” de Ethel Waters, canción que lo liberó de toda insignificancia humana, pues es la libertad, como elemento existencialista, lo que causa la crisis y nausea del protagonista, ya que con ella viene la responsabilidad y a su vez la angustia y el desamparo al sabernos solos, por lo que somos un “proyecto que se vive subjetivamente”.
La libertad es nuestra condena, y para Sartre y Roquentin el jazz funge como el individuo no palpable que nos hace plantarnos en la tierra y nos libera del vacío existencial. El hombre no es lineal, no lleva una ley que rija su destino y su transformación es variable. Tal vez por eso Sartre hace esta analogía con el jazz, al ser un género que se desprende de la norma y evoca libertad en el camino de la improvisación, un género que nunca se toca de la misma manera, y esa libertad es lo que condena a la canción, así como al hombre, lo que se complementa con nuestra libertad infinita.